Original de 1634 conservado en la Biblioteca Nacional de Austria (Cod. Min. 46). Encargado por Felipe IV al cosmógrafo portugués Pedro Texeira.
200 páginas -todas ellas ilustradas- en papel verjurado, de 446 x 348 mm.
Casi la totalidad de las localidades que en él aparecen no tendrán otro documento de su imagen hasta bien entrado el siglo XX.
Premio Nacional 2005. Libros mejor editados en el año 2004. Ministerio de Cultura. Modalidad: Libros Facsímiles. Premio Fray Luis de León 2005 a la mejor labor editorial en Ediciones Especiales y Facsímiles.
Encuadernación artesanal en piel y guardalibro. Acompañado de libro de estudios.
Tirada limitada a 898 ejemplares numerados con acta notarial.
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El Atlas de las Costas de España de Pedro Texeira es un trabajo de gran lujo documental y artístico, obra de uno de los más grandes genios del arte de la cartografía. Estamos convencidos de que este Atlas de Pedro Texeira, como se le designa habitualmente, figura y seguirá figurando durante mucho tiempo como una de las aportaciones más originales, detalladas y rigurosas a la ciencia cartográfica española.
Es bien conocida la constante preocupación del hombre, ya desde tiempos remotos, por registrar en imágenes y mapas el entorno geográfico en que se desenvuelve, e incluso plasmar en ellos su concepción del mundo. Una concepción que, cuanto más antigua, más se nos ofrece entreverada de creencias religiosas y leyendas fabulosas que, paulatinamente, irán perdiendo sus elementos más mitológicos para terminar afirmándose como una verdadera ciencia: la cartografía.
Ese enorme interés que siempre ha despertado la actividad cartográfica ha llevado a no pocos expertos a afirmar que incluso antes que la escritura el hombre ya había trazado mapas. El arte rupestre nos dejó las primeras huellas. Más tarde, la descripción de naciones y mundos se deslizaría en medio de poemas épicos, de historias de caza o de gestas poéticas. Muchos de estos relatos recogían auténticos conocimientos y valiosos descubrimientos que, de esta manera, se han podido preservar y trasmitir de generación en generación.
Sin lugar a dudas, uno de los grandes momentos de la historia cartográfica lo encontramos en la antigua Grecia. Entre tantos nombres ilustres que dejaron una imborrable huella para la posteridad, podríamos mencionar a Eratóstenes que, ya en el siglo III antes de Cristo, llega a trazar mapas estructurados en paralelos y meridianos de gran precisión, con desviaciones mínimas, de tan sólo un uno por ciento, con respecto a las medidas reales. Su célebre meridiano medía aproximadamente 39.700 kms. Lástima que no fueran estas medidas, sino las de Posidonio de Apamea, de un siglo posterior y bastante más alejadas de la realidad, las que prevalecieran.
Efectivamente, el gran referente del mundo clásico en este campo, Claudio Ptolomeo, recoge esa enorme reducción a 29.000 km de Posidonio, que perdurará a lo largo de los 13 siglos siguientes. Y ello a pesar de que Ptolomeo, que vive en el siglo II de nuestra era, será injustamente ignorado durante prácticamente toda la Edad Media. Un olvido demasiado prolongado y una chirriante herida cultural felizmente subsanados por la pasión con la que el Renacimiento y los siglos posteriores redescubren y difunden la magna obra ptolemaica: su célebre Cosmographia.
La larga Edad Media es un período de estancamiento en este campo, sobre todo en el mundo cristiano en el que se impone la esquemática concepción bíblica del mundo, difundida e interpretada a su manera por los Beatos. Aparecen también algunas tímidas expresiones cartográficas, por lo general muy simplistas y poco innovadoras.
No ocurre lo mismo en el mundo musulmán que manifiesta un interés especial por los conocimientos cartográficos griegos, traduciendo varias obras clásicas y haciendo nuevas mediciones. Estas mediciones, por ejemplo, le dan al Mediterráneo 42 grados en lugar de los erróneos 62 que le daba Ptolomeo. Retomarán además de los chinos –e impulsarán– el uso de la brújula, y llegarán incluso a sentar las bases de lo que será más tarde la cartografía científica.
A partir de los siglos XV - XVI no sólo se redescubre, sino que se supera a Ptolomeo. La cartografía adquiere una importancia crucial y las artes que de ella se derivan conocen una época de esplendor. Es también la época en que los mapas revelan no sólo importantes conocimientos y descubrimientos geográficos, sino que se convierten en auténticas palancas de poder y de dominio territorial. De ahí que no sea de extrañar que, en múltiples ocasiones, determinadas expediciones marítimas o terrestres se desarrollaran bajo la consigna del máximo secreto.
Habiendo llegado al siglo XVII en este telegráfico recorrido por la historia de la cartografía que acabamos de hacer, retomamos en este punto nuestro Atlas de Pedro Texeira, pues justamente su elaboración se lleva a cabo bajo una clara consiga de discreción y se inscribe en esa dialéctica del poder de los conocimientos cartográficos, de la defensa del territorio y de la prevención contra la amenaza enemiga, tan típicas de muchas casas reales europeas.
A finales de 2002 habían llamado nuestra atención diversas notas de prensa aparecidas intermitentemente sobre el hallazgo en Viena de un determinado atlas de gran valor, que figuraba como desaparecido desde hacía más de tres siglos.
Nuestra curiosidad nos llevó a profundizar en esta especie de fortuito redescubrimiento y, tirando del hilo, fuimos descubriendo la magnitud y trascendencia del «ovillo» tanto tiempo oculto. La pieza en cuestión tenía un largo título:
DESCRIPCION DE ESPAÑA Y DE LAS COSTAS Y PUERTOS DE SUS REYNOS. AL CATOLICO Y MUY PODEROSO REY DON FILIPE IIII NUESTRO SEÑOR. POR DON PEDRO TEXEIRA ALBERNAS, CAVALLERO DEL ABITO DE CHRISTO – AÑO 1634
La verdad es que la obra así anunciada no sólo no desmerece en absoluto de tan rimbombante titulación, sino que ésta se nos antoja incluso modesta y realista, a la vista del calado y enjundia del conjunto de mapas que le siguen. Este Atlas ha sido catalogado como el proyecto cartográfico más importante del siglo XVII, añadiendo que con él España entraba en el mundo internacional de la cultura de los mapas. Se ha comentado igualmente que fue la más ambiciosa empresa cosmográfica del reinado de Felipe IV e incluso la más notable de todo el siglo XVII en nuestro país. Se ha llegado también a decir, muy acertadamente, que tendríamos que remontarnos hasta tiempos de su abuelo, Felipe II, para encontrar un precedente y poder establecer algún tipo de comparación que nos permita situar y valorar mejor el extraordinario alcance de este proyecto.
Ciertamente, a lo largo de los siglos XVI y XVII, en la España de los Austrias se desarrolla una actividad cartográfica inusitada y mal conocida, impulsada por ese afán creciente por la decoración de mansiones y palacios con todo tipo de mapas. Actividad que a su vez se verá reforzada por las perentorias necesidades estratégicas o defensivas que la política internacional y sus constantes desequilibrios suscitaban.
La amplia labor descriptiva de la península que se emprende en esos dos siglos desborda finalmente a la cartografía para invadir campos tan diversos como la literatura, las matemáticas e incluso el arte –recuérdese el célebre y hermoso cuadro de El Greco: Vista y Plano de Toledo.
El origen de este soberbio trabajo de Texeira está en ese encargo real que mencionábamos y por el que había que proceder a la elaboración de un detallado informe del estado de la costa peninsular, con sus principales características geográficas y defensivas. Texeira es puesto al frente de una notable expedición pertrechada con todo tipo de instrumentos. Pero, a la vista del resultado, queda patente que Texeira no se conforma con cubrir el expediente y pretende ofrecer al rey un trabajo exhaustivo, riguroso y bello, en el que abundan los detalles relativos a la defensa costera y vigilancia del litoral. Pero junto a este trabajo gráfico, en documento aparte, existe también una curiosa e interesantísima descripción textual que, además de abundar en la identificación de los elementos defensivos, hace mención de las fuentes más habituales de riqueza de cada región o lugar, de su principal actividad económica e incluso de sus más destacadas costumbres. Por juzgarla de máximo interés, por no decir imprescindible, en este mismo volumen ofrecemos íntegra esta versión textual de ese otro manuscrito, que igual que el de los mapas se encuentra actualmente en Viena, y que reproducimos fielmente de forma fotográfica, con su correspondiente transcripción.
Conviene aclarar, no obstante, que existen dos versiones más de este texto: una en Madrid, en la Biblioteca Nacional, y otra en Londres, en la British Library. Incluso, según estudios recientes, habría una cuarta en Roma, en la Biblioteca Casanatense. En cualquier caso hemos optado por reproducir la de Viena, no solo porque debió de ser la que acompañó al Atlas en su largo viaje, sino porque, al aportar mayor número de capítulos y aspectos más novedosos, pensamos que ofrece mayor interés.
Por lo que respecta al elemento gráfico, la radical originalidad de este Atlas estriba en esa perspectiva oblicua empleada en sus imágenes «a vista de pájaro», que simulan la vista aérea, y en la obsesión por la información realista. Todo ello viene a suponer una especie de anticipo de lo que serán los famosos derroteros marítimos e incluso un precedente de la fotografía.
Por aderezar esta introducción con algún tipo de curiosidad o dato anecdótico que el Atlas ofrece, digamos simplemente que la riqueza de Andalucía se describe como la quintaesencia de la riqueza general española del momento, que el mapa del territorio murciano es el primero que se conoce de esa región y que la preciosa vista de Alicante tiene toda la categoría de una auténtica obra de arte en la que encontramos, junto a diversas figuras humanas, un delicioso conjunto de embarcaciones de todo tipo que merece la pena observar con atención. De esta variada y rica tipología de embarcaciones, Don Marcelino González, subdirector del Museo Naval de Madrid, nos ofrece más adelante un sucinto e interesante análisis. Estos detalles y muchos más se aprecian a lo largo de las páginas que siguen en las que el profesor Ortega Valcárcel hace una magistral lectura de este Atlas. Los amantes de la heráldica se solazarán también con la sugerente aproximación a los diversos escudos que hace Don Eduardo Pardo de Guevara y Valdés. Y los que se adentren en las páginas del delicioso relato textual de Texeira, transcrito impecablemente por la profesora Sonia Serna, se deleitarán con su subyugante relato.
En este apartado de las anécdotas no nos resistimos a la tentación de relatarles el episodio de la «fina vitela» sobre la que, supuestamente, se habrían dibujado y coloreado los mapas del original. En efecto, tanto diversos artículos de prensa, como una edición que reproducía a tamaño reducido el atlas, afirmaban sin ambages que el soporte original era una fina vitela, a pesar de que una atenta observación de las ilustraciones permitía apreciar en ellas las escamas de un papel verjurado. Pues bien, impulsados por esa especie de deformación profesional que nos lleva indefectiblemente a mirarlo todo con lupa, y convencidos de que el Atlas estaba pintado sobre papel, en nuestra primera visita a Viena, con el original delante se hizo la luz: efectivamente, se trataba de un papel verjurado, como nosotros habíamos visto claramente desde el primer momento. Huelga comentar que nuestro facsímil está elaborado en un papel verjurado de la misma textura y gramaje que el original.
Sólo nos queda decir, para terminar, que tenemos la convicción de estar ofreciendo a los amantes de la cartografía, la recreación de un documento extraordinario, original y riguroso como pocos, que se erige en excepcional testigo de una Península Ibérica que, desde aquellos años, ha modificado drásticamente su contorno, sus poblaciones y puertos. Su redescubrimiento nos va a permitir reconstruir más fácilmente el apasionante relato de ese gran cambio.
Abraham Ortelius decía que «los mapas son los ojos de la historia». De pocos mapas se puede hacer una afirmación tan acertada como de los contenidos en este Atlas de Pedro Texeira, con respecto a nuestra apasionante y moderna Historia.
Ha llegado el momento de invitarles a seguir adelante. Deberíamos repetir aquí el tradicional «pasen y vean», y deléitense con el espectáculo que les tenemos reservado de las maravillosas vistas del Texeira.